1 de mayo

1 de mayo

05/2013

Lo que debemos saber

El 1° de mayo de 1886 la huelga por la jornada de ocho horas estalló de costa a costa de los Estados Unidos. Más de cinco mil fábricas fueron paralizadas y 340.000 obreros salieron a calles y plazas a manifestar su exigencia. En Chicago los sucesos tomaron rápidamente un sesgo violento, que culminó en la masacre de la plaza Haymarket y en el posterior juicio, alterado y falsificado, contra los dirigentes anarquistas y socialistas de esa ciudad, cuatro de los cuales fueron ahorcados. Cuando los mártires de Chicago subían al cadalso, concluía la fase más dramática de la presión de las masas asalariadas (en Europa y América) por limitar la jornada de trabajo. Fue una lucha que duró décadas y cuya historia ha sido olvidada, ocultada o limpiada de todo contenido social, hasta el punto de transformar en algunos países el 1° de mayo en mero día “festivo” o en un franco más. Pero sólo teniendo presente lo que ocurrió, adquiere total significación la fecha designada desde entonces como “Día Internacional de los Trabajadores”.

Los sucesos

Al cabo de una larga organización la fecha tan esperada llegó. La orden del día, uniforme para todo el movimiento sindical era precisa: ¡A partir de hoy, ningún obrero debe trabajar más de 8 horas por día! ¡8 horas de trabajo! ¡8 horas de reposo! ¡8 horas de recreación!. Simultáneamente se declararon 5.000 huelgas y 340.000 huelguistas dejaron las fábricas, para ganar las calles y allí vocear sus demandas. En Chicago, los sucesos tomaron un giro particularmente conflictivo. Los trabajadores de esa ciudad vivían en peores condiciones que los de otros Estados. Muchos debían trabajar todavía 13 y 14 horas diarias; partían al trabajo a las 4 de la mañana y regresaban a las 7 u 8 de la noche, o incluso más tarde, de manera que “jamás veían a sus mujeres y sus hijos a la luz del día”. Dos organizaciones dirigían la huelga por las 8 horas en Chicago y todo el Estado de Illinois: la Asociación de Trabajadores y Artesanos y la Unión Obrera Central, pero eran sus exaltados periódicos obreros los polos en torno a los cuales giraba la acción reivindicativa. Uno de estos periódicos era escrito en alemán, el “Arbeiter Zeitung”, dirigido por August Spies, de orientación anarquista, y otro, “The Alarm”, en inglés, dirigido por el socialista Albert Parsons. La mayoría de ellos pasaría a la Historia como los “Mártires de Chicago”: Fielden, Schwab, Fischer, Engel, Lingg, Neebe. El ambiente ya estaba caldeado, porque la policía había disuelto violentamente un mitin de 50.000 huelguistas en el centro de Chicago, el 2 de mayo. El día 3 se hizo una nueva manifestación, esta vez frente a la fábrica McCormicks, organizada por la Unión de los Trabajadores de la Madera. Estaba en la tribuna el anarquista August Spies, cuando sonó la campana anunciando la salida de un turno de rompehuelgas. Sentirla y lanzarse los manifestantes sobre los “scabs” (amarillos) fue todo uno. Injurias y pedradas volaban hacia los traidores, cuando una compañía de policías cayó sobre la muchedumbre desarmada y, sin aviso alguno, procedió a disparar a quemarropa sobre ella. Seis muertos y varias decenas de heridos fue el saldo de la acción policial. Enardecido por la matanza, Fischer voló a la Redacción del diario, donde escribió un manifiesto, que sería luego pieza principal de la acusación en el proceso que terminó con su ahorcamiento. Decía:

Trabajadores: la guerra de clases ha comenzado. Ayer, frente a la fábrica McCormik, se fusiló a los obreros. ¡Su sangre pide venganza!

¿Quién podrá dudar ya que los chacales que nos gobiernan están ávidos de sangre trabajadora? Pero los trabajadores no son un rebaño de carneros. ¡Al terror blanco respondamos con el terror rojo! Es preferible la muerte que la miseria.

Si se fusila a los trabajadores, respondamos de tal manera que los amos lo recuerden por mucho tiempo. Es la necesidad lo que nos hace gritar: “¡A las armas!”.

Ayer, las mujeres y los hijos de los pobres lloraban a sus maridos y a sus padres fusilados, en tanto que en los palacios de los ricos se llenaban vasos de vino costosos y se bebía a la salud de los bandidos del orden...

¡Secad vuestras lágrimas, los que sufrís!

¡Tened coraje, esclavos! ¡Levantaos!”.

El día 4 de mayo, después de una nueva reunión de los obreros en la plaza Haymarket por los sucesos del día anterior, los locales sindicales, los diarios obreros y los domicilios de los dirigentes fueron allanados, salvajemente golpeados ellos y sus familiares, destruidos sus bibliotecas y enseres, escarnecidos y, finalmente, acusados en falso de ser ellos quienes habían confeccionado, transportado hasta la plaza y arrojado una bomba que desencadenó otra feroz matanza de parte de la policía. Ninguno de los cargos pudo ser probado, pero todo el poder del gran capital, su prensa y su justicia, se volcaron para aplicar una sanción ejemplar a quienes dirigían la agitación por la jornada de 8 horas. Los líderes de la lucha pagaron con sus vidas, o la cárcel, el crimen de tratar de poner un límite horario a la explotación del trabajo humano. El 11 de noviembre de 1887, un año y medio después de la gran huelga por las 8 horas, fueron ahorcados en la cárcel de Chicago los dirigentes anarquistas y socialistas August Spies, Albert Parsons, Adolf Fischer y George Engel. Otro de ellos, Louis Lingg, se había suicidado el día anterior. La pena a muerte de Samuel Fielden y Michael Schwab fue conmutada por la de cadena perpetua, es decir, debían morir en la cárcel, y Oscar W. Neebe estaba condenado a quince años de trabajos forzados. El proceso había estremecido a Norteamérica y la injusta condena (sin probárseles ningún cargo) conmovió al mundo. Cuando Spies, Parsons, Fischer y Engel fueron colgados, la indignación no pudo contenerse, y hubo manifestaciones en contra del capitalismo y de sus jueces en las principales ciudades del mundo. De allí empezó a celebrarse cada 1° de mayo el “Día Internacional de los Trabajadores”, conmemorando exactamente el inicio de la huelga por las 8 horas y no su aberrante epílogo. Pero fue el sacrificio de los héroes de Chicago el que grabó a fuego en la conciencia obrera aquella fecha inolvidable. ¿Y del Día de los Trabajadores.., del 1° de mayo..., qué fue en los Estados Unidos? El dirigente Peter J. Mac Guire había propuesto en 1882 en un mitin de la Central Labor Union, de Nueva York, celebrar el primer lunes de septiembre como “Fiesta de los que trabajan”. Así nació el Labor Day norteamericano, que se celebró el lunes 5 de septiembre de 1882 por primera vez con un desfile, concierto y picnic. Desde entonces, y más aún luego de los sucesos de Chicago, el sindicalismo oficial de los EE.UU. con apoyo del Gobierno, celebra esa “fiesta” cada primer lunes de septiembre y ha ayudado con celo inigualable a los patrones para que millones y millones de trabajadores se olviden del real sentido del 1º de mayo, y hasta de la fecha misma. Pero no podrán borrar sobre su propio territorio, ni sobre toda la faz de la Tierra, la sombra oscilante de los ahorcados de Chicago. De allí empezó a celebrarse cada 1° de mayo el “Día Internacional de los Trabajadores”, conmemorando exactamente el inicio de la huelga por las 8 horas y no su aberrante epílogo. Pero fue el sacrificio de los héroes de Chicago el que grabó a fuego en la conciencia obrera aquella fecha inolvidable.

Nuestra reflexión.

Los Mártires de Chicago lucharon en el siglo XIX por una jornada de 8 horas de trabajo cuando la productividad en ese momento era muy inferior a la actual. En 1912 eran necesarios 583 horas hombres para construir un auto, a mediados de los años '20 se podía ensamblar un auto con menos de 101 horas hombres, hoy con el avance tecnológico ¿cuántos obreros quedan fuera de esta producción? Según los últimos datos 200 millones de personas en el mundo están desocupadas ¿No deberiamos revisar cuántas horas debe tener la jornada de trabajo? Los empresarios ¿estarían dispuestos a bajar la jornada de trabajo a 4 ò 6 horas, para resolver el problema de la desocupación? La crisis actual de carácter estructural del sistema capitalista, que agudiza aún más la competencia que obliga a aplicar una mayor tecnificación en la producción produciendo más en menos tiempo, da como resultado más desocupación en todo el mundo y un deterioro constante en la calidad de vida de nuestra clase. ¿Cuál es la resultante de todo esto? Por un lado el avance tecnológico no puede detenerse por lo que cada vez se produce más en menos tiempo y con menos manos de obra, y por otro lado ese menor uso de mano de obra representa menos salarios y por ende menor poder adquisitivo en la población. En síntesis, el mismo sistema capitalista va conduciendo a las sociedades a un cuello de botella. Hoy la gran crisis que golpea a todos los países del mundo (también a los más desarrollados) obliga a la clase obrera a luchar. Pero esa lucha, que viene desde aún antes de los hechos de Chicago, es una confrontación que no va a terminar sino que tiende a agravarse. Para que se resuelva hay que eliminar la causa que provoca ese cuello de botella: el sistema capitalista y la explotación del hombre por hombre, objetivo por el cual lucharon y murieron los mártires de Chicago y al cual hoy conmemoramos recordando su encarnizada lucha. Como siempre nuestra intención es convocar al análisis y reflexión sobre nuestras actitudes (cómo estas inciden en los hechos cotidianos), como así también en los sucesos políticos de nuestro país y en el mundo. Cada vez queda más claro que este sistema no pude dar respuestas y que no permite la reproducción de la vida de la especie humana, sólo la deteriora. ¡Sólo la clase obrera puede liberar a la clase obrera!

"Instrúyanse, porque necesitaremos de toda nuestra inteligencia. Conmuévanse, porque necesitaremos de todo nuestro entusiasmo. Organícense, porque necesitaremos de toda nuestra fuerza" Antonio Gramsci.