Estamos a 20 años del estallido social de 19 y 20 de Diciembre donde el pueblo argentino salió a la calle, y expresó, poniéndole el cuerpo, el descontento, la desconfianza y el hartazgo frente al proyecto político que desarrollaron las clases dominantes durante las décadas previas. Proyecto político que encarnaba la necesidad de las grandes corporaciones trasnacionales que, empujados por su enorme productividad y desarrollo tecnológico, impulsaron a nivel mundial un proceso de liberalización de las fronteras para la entrada de sus mercaderías y sus capitales especulativos, proceso de saqueo y extracción de valor en muchos países periféricos como el nuestro, y en el que millones de personas sufrieron una caída en sus condiciones de vida, de trabajo, deterioro de las relaciones sociales en general, incrementando la violencia y la delincuencia, propiciando la entrada del narcotráfico y otros negocios ilegales, y sobre todo, erosionando las instituciones del sistema.
Hoy, los niveles de adhesión o confianza en las instituciones gubernamentales, en sus dirigentes, en los partidos políticos, caen verticalmente en todos los países, aunque con distintos ritmos y matices. Y frente a este escenario aparecen reacciones populares de las más diversas. Pero si queremos sintetizar una esencia común a todas, podríamos decir: a medida que el sistema institucional vigente va fracasando en las respuestas y soluciones a los problemas, aparece más involucramiento de las masas en los problemas, una mayor actividad social de las mismas, una actitud más independiente de las masas en esa actividad, una mayor búsqueda política, etc. Por supuesto que los niveles de todo esto varían en países, lugares y ritmos, y también varía la consecuencia y continuidad de todo esto. Por momentos baja la intensidad, y hasta da la impresión de que desaparece, y sin embargo, resurge una y otra vez. Muchas veces suelen por un tiempo ir tras de figuras equívocas. Pasan de explosiones violentas a silencios profundos.
Con sus matices y diversidad esto ocurre en muchos, y cada vez más sociedades en el mundo. El 2019 fue el año de record de levantamientos a nivel global, procesos que si bien se frenaron por las cuarentenas impuestas en todos los países a causa de la declaración de la pandemia del COVID-19, lentamente fueron recuperando vitalidad, aun, con la continuidad de restricciones. ¿Qué ocurre que estos fenómenos son mundiales?, ¿cuánto hacía que el “primer mundo” no sufría una huelga, y ahora está plagado de huelgas y protestas?
Esas reacciones de las masas, que, a despecho de su variedad de matices, tiempos y ritmos, guardan similitudes esenciales, se deben a que los fundamentos materiales que las provocan en esencia son los mismos, estructurales y sistémicos, aunque tengan diferencias en su forma, dinámica, profundidad del momento, etc.
Antecedentes históricos
Hay antecedentes en la historia moderna. ¿Cuál o cuáles fueron sus detonantes materiales? Sería muy largo historizar los sucesos de la Comuna de Paris, pero esa fue tal vez una de las primeras expresiones de este tipo. Luego, al comenzar el Siglo XX el capitalismo sufre un cambio estructural, que se venía engendrando desde varias décadas antes, pero es al comienzo del siglo donde empieza a hacerse sentir. El capitalismo de la “libre empresa”, de la libre competencia, se transforma en su opuesto, “el monopolio”. Con el monopolio, el sistema capitalista alcanza tal grado de desarrollo y productividad en los países más desarrollados que ya su mercado interno les queda chico, no solo a Inglaterra, sino a Francia, Alemania, EEUU y también a Japón. Esta situación madura en pocos años y estalla la Primer Guerra Mundial en 1914, por la disputa de colonias, fuentes de materias primas, de mercados y zonas de influencia. Esta guerra tuvo un carácter puramente imperialista y fue fruto de la pelea entre las burguesías más desarrolladas de esa época. A la crisis económica que ese cambio estructural trajo en muchos países se le suma todo el agravamiento que provocó la guerra.
Y sobre el final de la guerra, estalla una crisis revolucionaria en la Rusia zarista, aun autocrática, un movimiento democrático pero con un componente obrero y popular muy fuerte, que logra destronar al Zar en febrero de 1917. La particularidad histórica de estos sucesos, es que ya en la revolución de 1905, en la misma Rusia, había nacido un nuevo tipo de organización: “el soviet” (consejo). Pero había dejado de existir con la derrota de la revolución. Reaparece entonces el soviet en febrero de 1917. ¿Qué era el soviet? Una organización surgida espontáneamente, brotada de las iguales condiciones y circunstancias que estaban pasando los obreros de muchas de las fábricas, que ante la impotencia de enfrentar la situación separadamente, cada fábrica por las suyas, se juntaban y unían. Surgen también Soviets de soldados y de campesinos de las mismas características. A la par con este proceso de participación de las masas, y para nada de menor importancia, existía en Rusia un Partido con una trayectoria de muchos años, el Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia, en el que, si bien existían distintas tendencias, la línea Bolchevique tenía en Lenin, y en la línea del Marxismo, una herramienta vital, y su programa fue finalmente el que pudo direccionar las luchas desatadas hasta el triunfo y toma del poder político en Octubre del mismo año. La consigna de este proceso fue “todo el poder a los Soviets”. Todo el poder a los consejos.
Luego del triunfo de la revolución de Octubre, y ante la crisis, el hambre y los padecimientos que vivían millones de personas en toda Europa, hacia finales de la guerra aparecen los “consejos” obreros en casi todos los países del viejo continente.
Sabemos cómo termino la Comuna, y los consejos al finalizar la Primera Guerra. El triunfo solo se logró en Rusia. Hoy podemos sacar conclusiones. Esos resultados no fueron casuales. ¿Qué fue lo que diferencio a Rusia de los otros casos? La existencia previa del Partido Bolchevique. Algunos muy propensos a mirar solo las vidrieras dirán que fue Lenin, con toda la magnitud de su personalidad, cualidades y conocimientos, y con su peso enorme en los acontecimientos (que le reconocemos a Lenin). Su misma actividad durante toda su vida, y muy especialmente en los meses previos a la Revolución nos muestra la concepción que tenía acerca de la necesidad de una organización revolucionaria. La actitud y capacidad organizativa de los bolcheviques desde febrero (caída del zarismo) hasta Octubre (triunfo de la revolución) supo manejar la relación del Partido con los Soviets. Esa no es cualquier relación. Esa es la diferencia del resultado en Rusia a los de otros países. Y tanto en la gloriosa Comuna como en la también gloriosa Republica de los Consejos Obreros de Hungría, como en los Consejos de Alemania, y en los Consejos Obreros de Turín en Italia, la derrota de estos procesos se pagó con la sangre de miles de heroicos obreros y cuadros obreros. Agregar más datos nos alejaría del tema, pero si decir que no podemos ni debemos ignorar estas experiencias tan costosas a nuestra clase y a los pueblos.
Antecedentes en nuestro país
Sería muy largo desarrollar aquí toda la historia de lucha del movimiento obrero nacional, pero debemos abordar, aunque sea en unas líneas, un momento clave. Antes de la irrupción de J. D. Perón como figura trascendental en la política nacional, la clase trabajadora llevó adelante luchas muy importantes, muchas de ellas sangrientas por la represión, y la respuesta sobre todo del anarquismo. El partido socialista encaraba luchas por reformas sociales y políticas dentro del régimen. Ambas corrientes eran las fuerzas principales en el movimiento obrero. Formaron cada una su central sindical, se unificaron fugazmente, pero las diferencias políticas impidieron la consolidación de esa unidad. Ante la quiebra del modelo agroexportador, y con “la década infame” como prólogo, es a partir del 17 de Octubre de 1945, y sobre todo en 1946, donde la clase obrera asume un proyecto político de dirección de la sociedad. La clase obrera “creó” al peronismo y con ello su propia identidad política en Argentina.
El 24 de febrero de 1946 se celebraron las elecciones presidenciales que darían triunfo a Juan Domingo Perón, quien encabezó la fórmula del Partido Laborista. Este partido había sido creado poco después del 17 de octubre de 1945 por los sindicatos que apoyaban a Perón con la intención de lanzar su candidatura. El Partido Comunista, la UCR y otras fuerzas minoritarias conforman la Unión Democrática, pero el peronismo gana las elecciones. Tres meses después del triunfo electoral, el 23 de mayo de 1946, a pocos días de asumir su primer gobierno, Perón decidió disolver el Partido Laborista, con lo cual queda refrendada “la forma organizativa del movimiento” del peronismo. Esa forma de movimiento nunca pudo ser eclipsada ni superada por el Partido Justicialista, que en vida de Perón “nunca” pasó de ser el instrumento electoral del Movimiento Peronista.
Esto escribía Cipriano Reyes -dirigente sindical, protagonista del 17 de Octubre, y diputado por el Partido Laborista- a Perón ante la disolución del Partido Laborista: (…) “Hace pocas horas, día 23 de mayo, usted termina de romper amarras, intempestiva y públicamente, con el laborismo, a través de un “ordeno y mando”, como si lo hubiera hecho el zar de Rusia (…) Desconoce el movimiento que lo llevó al poder porque teme que el mismo le exija la realidad de ese mundo mejor que le hemos prometido al pueblo y al país. Desea destruirlo de toda acción comprometida, pero se cuida bien de quedarse con sus banderas, que representan la doctrina democrática, cristiana y humanista del laborismo con su programa de reivindicaciones sociales y de emancipación de los argentinos. (…) Desde esa noche fría y nebulosa del 23 de mayo usted, señor presidente, desvió el cauce de la revolución popular y nacional que el país anhelaba, convirtiendo a sus adláteres en un conglomerado amorfo, sometido al servilismo, lo que tarde o temprano le provocará la corrupción (…)
El Partido Comunista, queda enfrentado al gobierno peronista (error que nos sigue costando caro), y esto le provoca perder contacto y relación con el movimiento obrero de masas, que se nuclea tras la figura y la política de Perón. En parte esto se debe a que Perón surge de un sector del ejército, y esto suscita la desconfianza de los dirigentes comunistas, quienes venían enfrentando a los ejércitos fascistas en distintas partes del mundo, y en parte también por la posición del mismo Perón, que por un lado persigue compañeros y compañeras no alineados, y en los internacional, ante el proceso Soviético, toma posición y lanza la conocida tercera posición, “ni yanqui ni marxista”. Aquí vale decir, que si bien el posicionamiento político aleja al Partido Comunista del movimiento de la clase obrera, la visión sobre el ejército no era errada, ya que es del riñón de ese mismo ejército donde se gesta y ejecuta años más tarde el golpe en 1955 al propio Perón, quien debe exiliarse fuera del país.
La transformación social y de la economía nacional que realiza Perón es innegable, pero aquella desintegración de Partido Laborista, y la ausencia de elementos del marxismo-leninismo dentro del movimiento, hacen que esas conquistas no tengan anticuerpos para retener el poder ante la embestida del poder económico. El gobierno peronista es derrocado por medio de un golpe porque era imposible para la reacción voltearlo en elecciones, ya que el apoyo popular era masivo, lo que contrastaba con la limitada capacidad organizativa de la resistencia peronista, teniendo, como tenía, millones de puntos de apoyos. El costo represivo fue enorme.
En palabras de Perón: “el Gobierno Justicialista fue víctima de la misma conspiración internacional, orquestada por el imperialismo coaligado con la oligarquía argentina, utilizando el soborno en los sectores de las fuerzas armadas proclives a la seducción por el dinero o utilizando la difamación, la diatriba y la calumnia para los que obedecen y se influencian más con una insidiosa propaganda. Cualesquiera sean las circunstancias, las consecuencias son las mismas: ante un Gobierno que no se entrega al neocolonialismo, se le prepara el consabido “golpe de estado”, utilizando todos los medios y recursos necesarios. El caso argentino es sólo “un botón más para muestra.” (La Hora de Los Pueblos – 1968)
La proscripción y los golpes militares se subsiguieron, como así también las luchas populares daban sus respuestas masivamente. Baste recordar el Cordobazo, Mendozaso, Rodrigazo, etc. Las luchas populares no eran otra cosa más que el intento de nuestra clase de enfrentar la cada vez más pronunciada extranjerización de la economía, lo que provocaba la caída de los niveles de vida de las y los trabajadores, a la vez que un lento pero continuo proceso de desindustrialización que culminaría en la década del ‘90.
La insuficiencia de la forma de organización del movimiento peronista se evidenció en esta etapa, como así también en el último gobierno de Perón, ya que la lucha de tendencias internas, fue tan dura y compleja (hasta sangrienta) que la conducción del mismo general no pudo contenerla. Y muerto Perón ese instrumento nunca abarcó a toda la amplitud del movimiento. Pero, aun así, las fuerzas populares tuvieron que ser reprimidas duramente, como sabemos, durante el golpe cívico-militar-empresarial de 1976. Miles de compañeros y compañeras asesinadas, y un movimiento diezmado y moralmente derrotado que se ha sumergido en un posibilismo estrecho. Mas no es un detalle menor, que la valentía y tenacidad de la resistencia popular haya obligado a renunciar al gobierno de facto más rápido que en cualquier otro país de la región. Digamos que si el actuar de la dictadura fue quirúrgico, esto se debió principalmente a la cualidad de las organizaciones políticas, armadas y clandestinas que enfrentaban. Hay que decir también, que la heroica lucha y resistencia contra la represión de la dictadura y por el cambio social, se llevó adelante en un periodo en que los niveles de desocupación eran muy bajos, casi de pleno empleo, situación que recién empieza a revertirse en el periodo democrático de Raúl Alfonsín, y llega a su pico más elevado de degradación y desigualdad con el gobierno de Carlos Menem.
A partir de 1983, donde las fuerzas democráticas “recuperan el timón”, fue quedando a la vista que el poder económico ya no necesitaba imponerse por la fuerza de los ejércitos, y acompañado por un trabajo en la subjetividad de las masas muy profundo y sistemático, lograban imponer sus intereses francamente sin importar quien este en el gobierno. Sin ir más lejos, Alfonsín no logra terminar su mandato por un “golpe de mercado” que le realizan los sectores concentrados y debe llamar a elecciones anticipadas.
Unos pocos años después cambia la relación de fuerzas a nivel mundial. Con la caída del muro de Berlín y disolución de la URSS, es decir, sin un contrapeso político a nivel mundial, las políticas de financiarización de la economía, el absoluto dominio del capital financiero, políticas de neocolonialismo a través de la deuda externa, desindustrialización, y cooptación de los mercados internos de los países periféricos, acompañado de extracción de recursos naturales y materias primas agropecuarias, sobre todo en Latinoamérica, profundizan lazos de servilismo políticos y degradación institucional en niveles que no se habían visto con anterioridad.
Este proceso en nuestro país se da durante el periodo Menemista. Se llevó adelante la subordinación total del país, sus instituciones y sus recursos al capital financiero internacional y las trasnacionales. La política del Fondo Monetario Internacional dentro del ministerio de economía, la entrega de casi todo lo público a los negocios privados, y la corrupción que acompañó todo el periodo, fueron horadando las condiciones de vida para millones de compatriotas, así como también el sentido común sobre el cual se “sostiene” el status quo del sistema. Como hemos dicho en materiales recientes, parecía que entrabamos “al primer mundo, y era en realidad el quinto infierno.”
La etapa de las asambleas. Reacción espontanea
Tanto del proceso de génesis del 19 y 20 de diciembre del 2001, como de su desarrollo posterior se pueden sacar conclusiones, no solo de lo que rechazó ese proceso, sino de lo que trató y sigue tratando de alumbrar, de manera de que las propuestas que se hagan, al estar en concordancia con las tendencias expresadas en la movilización de las masas, en su desarrollo y despliegue posterior, ayuden a ese alumbramiento.
Desde varios años antes de diciembre del 2001 se vinieron desarrollando una serie de luchas ante los problemas concretos, recordemos, por ejemplo, las marchas del silencio en Catamarca y en innumerables lugares, o los primeros cortes de ruta por la desocupación en Cutral-Có, en Corrientes o en Salta. Estos hechos “aislados” no solo se presentan en el tiempo como un proceso de acumulación, sino que además comenzaban a tener particularidades novedosas. Dos cosas comunes se destacan en esas acciones:
a) reclamo a las instituciones y a los dirigentes de ellas, funcionarios y autoridades; y,
b) para organizar y ejecutar esas marchas y esos cortes no solo no se recurría a los Partidos políticos, ni sindicatos, sino que, más bien se ponía distancia de toda organización anterior, sobre todo Partidos y sindicatos.
En el caso del reclamo a las instituciones, es lo más inmediato que se presenta, es decir, pedir y exigir que las cosas “funcionen como deben”. Pero justamente la presencia de intereses económicos de los grupos poderosos son los que dominan, se imponen e impiden que sea posible que aparezcan esas respuestas.
Por otro lado, para las decisiones que se toman en reuniones o asambleas autoconvocadas, en general no se recurre, y muchas veces se rechaza directamente, a instituciones o autoridad pública dirigente, ni organizaciones preestablecidas, ¿por qué? El largo proceso de la crisis económica no solo hizo desaparecer conquistas y derechos sociales, sino además, y con ellos, va extinguiéndose la capacidad de contención social de las instituciones como los Partidos Políticos y el Parlamento, las organizaciones sindicales, la estructura judicial, de seguridad, etc. A la par, los grades negociados y delitos (droga, licitaciones estatales, estafas financieras y comerciales) requieren inmunidad y complicidades en el aparato estatal y en todo tipo de institución con algo de poder. Cada grupo económico, cada multinacional busca conseguir o meter sus hombres y mujeres en esas instituciones; y la complicidad, la impunidad tiene precio. Así penetra la corrupción hasta el último resquicio en todas las instituciones de peso y sus dirigentes, provocando sumisión interesada y estructural al poder económico. Pero ese poder económico no es “uno solo”, abarca distintos grupos económicos que disputan entre sí, mafiosamente, y para continuar gozando de los placeres que les brinda la corrupción, los dirigentes de esas instituciones se involucran ellos mismos y a las instituciones en tales disputas y procederes. Su degradación es irreversible. Con la crisis crecieron los problemas sociales, y con ello, los reclamos y exigencias de la población hacia las instituciones y dirigentes. Y fue quedando en evidencia la falta de respuesta de las instituciones y sus dirigentes; y al agravarse los problemas: hambre, desocupación, seguridad, gatillo fácil, etc., la presión de la población sobre esas instituciones y dirigentes es cada vez más frecuente y cercana, y con ello, va quedando al descubierto para grandes porciones de la población el grado de complicidad de dichos actores. No solo no dan respuestas, sino que son parte importante del problema.
Estas son las causas de que las luchas durante varios años antes de diciembre del 2001 vayan apareciendo cada vez más autoconvocadamente, con dirigentes ocasionales, surgidos en el momento y al calor de tal o cual reclamo, que deben rendir cuentas ante el conjunto de los participantes y cuyo peso dirigente no se basa en nada estructural ni fijo, ni rígido, solo se basa en la autoridad moral según haya sido su actuación y compromiso con los intereses comunes. Son los primeros pasos en camino a forjar otra relación, diferente y en un sentido opuesta a la actual, entre, (para decirlo de alguna manera), dirigentes y dirigidos.
Naturalmente como todos los comienzos son vacilantes, llenos de dudas, de tanteos, de inseguridades, etc. Pero ya se sabe muy bien qué es lo que no se quiere. No obstante la autoconvocatoria está en sus comienzos, solo aparece ante problemas concretos, inmediatos, y por tanto, parciales y limitados.
Simultáneamente, por lo menos desde las elecciones de 1997 y 1999, se nota una profunda apatía y desinterés por el acto electoral, gran parte del electorado siente que los candidatos solo buscan llegar para llenarse los bolsillos; los candidatos de izquierda van a contramano, buscan entrar a instituciones y parlamentos donde no van a poder decidir nada, cuando la gente se está desilusionando y se aleja de un sistema electoral que solo es una trampa para decidir quién la va a robar en los próximos años, la izquierda participa en ilusionar a las masas con la idea de que desde semejantes instituciones pueden llegar soluciones para el pueblo.
De La Rúa gana en el 1999, pero se vota para echar a Menem. Los ajustes siguen, la crisis de agudiza, ¡reaparece Cavallo como ministro de economía!, ¡el Congreso le concede poderes especiales! Nada de eso había votado el pueblo. Llegan las elecciones del 14-10-2001, un sonoro cachetazo suena en las urnas, entre abstención y voto “bronca” un 41 %.
Esta nueva situación de “vacío de poder” continua erosionando la gobernabilidad, y si bien se recurre a paros desde algunos sindicatos, estos son más para “descomprimir” que para encabezar la lucha de las mayorías. El bloque de poder conformado por la alianza de sectores agroexportadores, multinacionales, y el capital financiero internacional respaldado por el FMI, se queda sin posibilidad de sostener su proyecto, y su expresión política, la Alianza, no va a terminar su mandato. El 19 de Diciembre grandes porciones de la sociedad salen a las calles. Si bien se trata de contener el estallido, la represión y los muertos no logran detener el proceso desatado, y, como sabemos, el presidente De La Rúa presenta su renuncia y escapa en helicóptero de la Casa Rosada.
Pero a la par de la crisis económica, la crisis política en las alturas, y la degradación institucional, esa autoconvocatoria que venía apareciendo desde unos años antes, se hace masiva, y se gestan miles de asambleas negando (sin plena conciencia de esto) en los hechos el principio que rige nuestro sistema representativo, el cual boga que “el pueblo no delibera ni gobierna sino a través de sus representantes”. En las asambleas se delibera, y se delibera mucho. Si a esto le sumamos la nula legitimidad de los representantes y dirigentes, se ve claramente que lo que se empieza a vivir es un proceso de cambio profundo en la forma institucional que rige. Claro que esto surge espontáneamente, sin normas claras, ni responsabilidades especiales, y como surge al calor de una situación en todos sentidos intolerable, no es posible que lo haga de otra manera.
Los sectores sociales que se “encuentran” de golpe enfrentando la situación son diversos, y si bien en el interior del país venían apareciendo como forma de lucha los piquetes y cortes de rutas, combinadas con asambleas donde se resolvían los planes de acción, tuvo que llegar al centro político del país, Buenos Aires, donde las capas medias, siempre vacilantes, aún no habían llegado al punto de ebullición. Pero, al aparecer el corralito, y tocar la fibra más sensible de este sector, se hizo inevitable que los caceroleos se hicieran escuchar. La presión de la olla comenzó a subir y así surgió el “piquete y cacerola, la lucha es una sola”. Miles se vieron en las calles participando, luchando, debatiendo, miles que nunca antes imaginaron que allí estarían, sin embargo la situación los empujo a hacerlo.
A modo de pequeña conclusión, es claro entonces, que cuando diversas capas sociales populares se encuentran y pelean juntas, el poder económico retrocede, ya que su dominio esta siempre y sobre todo basado en la subjetividad de las mayorías. Subjetividad que ellos trabajan y logran imponer durante periodos de tiempo como “sentido común”, ideas disparadas para sostener el “status quo”, para que nada cambie, pero que cuando ellos mismos violan el sentido común que profetan, se hace muy complicado sostener el engaño.
¿Y por qué lo violan?, porque sus acciones están siempre orientados a obtener renta y ganancia, y tras ello, en ciertos momentos y llegado un límite, no pueden respetar ni siquiera, la tan sacrosanta “propiedad privada” en que sustentan todo su andamiaje político y jurídico, y sobre la cual levantan valores sociales, aunque ellos mismos no lo respeten. Así fue con la “conquista del desierto” y el reparto de tierras fruto de tal brutalidad, como también lo fueron los camiones de caudales desfilando a Ezeiza llevando las pocas reservas de dólares que quedaban en el Banco Central antes del estallido de Diciembre, mientras la población perdía los ahorros depositados en los bancos. Y así es hoy con el saqueo que se realiza por el Paraná y la fuga de capitales. Los hechos ponen blanco sobre negro lo que decimos. Cuando ellos roban, lo hacen en nombre de la propiedad privada, pero sólo en nombre de la propiedad privada de ellos.
Como contraparte, la espontaneidad expresada en la irrupción de esas miles de asambleas y sus asambleístas, que comenzaron a negar la institucionalidad vigente, y a involucrarse en construir algo nuevo, no puede desarrollarse e imponerse, y así lo demuestra la Historia, en ausencia de una estructura orgánica que aporte a dicho desarrollo, que juegue un papel en la dirección consciente del proceso social, y que, justamente por su rasgo consciente, eleve los objetivos y horizontes de toda esa manifestación masiva espontanea. La carencia de este aspecto provoca la frustración, le retracción en la participación, y posteriormente el retroceso del movimiento. Es decir, irrumpe, lucha, se enfrenta a lo establecido, llega a un punto en que choca con la imposibilidad de resolver el problema, y retrocede. Ante esta situación, un sector del arco político tradicional, toma la dirección, y trata de resolver la situación dentro de los márgenes del caduco sistema.
La etapa de la “recomposición”
Argentina tiene una maldición, y ésta es su enorme riqueza, tanto de recursos naturales como sociales. Nuestro país tiene siempre pareciera tener resto para “renacer”, aunque, tanto en la biología como en la sociedad, no se trata de renacimiento, sino de momentos sucesivos, vaivenes, que se dan en un largo proceso de desarrollo y de lucha de fuerzas opuestas.
Como sabemos, luego de dos años donde la vida institucional no lograba recomponerse, y con un proceso político de transición encabezado por Eduardo Duhalde, Raúl Alfonsín y Paolo Rocca, una vez quebrado el modelo ligado al capital financiero internacional, surge la figura de Néstor Kirchner, que recordemos, no fue la primera opción para el proceso que venía, sino que antes el peronismo había intentado promocionar a De La Sota y a Reutemann, pero ninguno de ellos daba con la venia de los sectores ligados a la recomposición del mercado interno. Carlos Menem llega a la elección, pero su proyecto ya no era apoyado por el stablishment local, lo que da lugar al gobierno de “recomposición” de Kirchner.
En este periodo entre el estallido social y la elección de 2003 continuaba el movimiento de las asambleas, sobre todo en la capital y en el conurbano bonaerense, y a la par se habían conformado muchas organizaciones piqueteras y de sectores excluidos, y se dieron procesos de recuperación de fábricas, es decir, si bien había “bajado la espuma”, la movilización estaba vigente, e iba tomando diversas formas, y que muchas veces seguían provocando enfrentamientos y represión. Por citar solo algunos tenemos el caso de la fábrica Brukman, donde la policía reprimió a los trabajadores repetidas veces, y el caso más álgido, desde el punto de vista de la violencia institucional, que fue el asesinato de Maximiliano Kosteki y Darío Santillán en Avellaneda.
Volviendo a nuestra maldición, el gobierno de N. Kirchner comienza a conformar alianzas con sectores del stablishment para garantizar la gobernabilidad y “acomodar el barco” en el marco de un país en default y con grandes sectores excluidos. La región y el mundo daban cierto margen de estabilidad para la economía, y sobre todo, la demanda China de oleaginosas que empujaba el precio de la soja a cifras record, permitía pensar en obtener, mediante retenciones, una cantidad de recursos que serían una base de recursos para las políticas de recomposición e incentivo del mercado interno. Con los sectores concentrados sin proyecto político, y una clase política diezmada, se dan las condiciones para mejorar la distribución entre capital/trabajo. Misma situación se encuentra Perón en 1946 y ambas se dan luego de manifestaciones masivas, puebladas. Tener en cuenta esto es fundamental para analizar, no solo los hechos, sino su génesis y sus condiciones.
Sigamos. La salida de la convertibilidad ($1 a U$S1) daba mejores condiciones en la competencia frente a la producción que venía de afuera, y permitía “poner en marcha” el mercado interno sobre todo motorizando la producción nacional, aumentando rápidamente la demanda de puestos de trabajo y generando unos años de “circulo virtuoso” de crecimiento. Recordemos que fueron determinantes las condiciones externas, el precio de los commodities (materias primas) en aumento por la alta demanda internacional, sobre todo de China, y la política de retenciones, sumada a la presencia de capitales extranjeros en la región buscando formar parte del reparto de beneficios en las exportaciones. El rechazo al ALCA, y la conformación de UNASUR fortalecieron la negociación en bloque, y la “ola” progresista parecía estar resolviendo el problema histórico de nuestro continente, la enorme desigualdad económica, incorporando millones de personas al consumo. Pero se incorporaban solo al consumo, y esto fue un talón de Aquiles. Luego volveremos a este punto.
Esta situación podemos decir que se desarrolla hasta 2008, la crisis financiera internacional, la caída de Lehman Brothers y las burbujas especulativas que se desinflaban al ritmo solo comparable con el crack del ’29, cambiaron rápidamente las condiciones externas. Los capitales que invertían en los países en desarrollo, ante la incertidumbre, y la caída en las curvas de demanda internacional, se retiraron, y fueron a refugiarse en los bonos del tesoro de EEUU, último refugio para los especuladores, sustentado en la maquinita de imprimir dólares que posee aquel país y, sobre todo, su fuerza militar. La demanda China “se enfrió”, si bien no se detuvo, y solo quedaron en pie la soja y el petróleo. Esta situación presionó en el país hacia un choque político con los sectores que ostentan ese beneficio, la famosa “Mesa de Enlace” que defiende los intereses del “campo”, aunque para ser precisos debemos decir del “campo que exporta”, manejado por muy pocas familias y unas pocas (contadas con los dedos de la mano) empresas trasnacionales que se habían ido quedando con el mayor peso en la producción y exportación de los productos agrícolas. Esta concentración, inevitable en los marcos del sistema capitalista, y en el marco de una crisis enorme de sobreproducción a nivel global, los empuja a estos pocos pero enormes capitales a disputar entre ellos, mediante todos los mecanismos posibles la poca ganancia que se genera en los mercados. Es una guerra sin cuartel, con múltiples actores dentro de las instituciones de todo tipo, prebendados por estos intereses, y que, a simple vista, no pareciera influir en la vida social. Sin embargo, esa disputa tan agudizada, empieza a reflejarse en una multitud de tensiones políticas y sociales, ya que esta diputa entre capital/trabajo comienza a inclinarse rápidamente hacia el costado que ostenta el poder real, el de las corporaciones. El Estado, que otrora parecía mediar entre estos polos, penetrado y colonizado por intereses inconfesables, juega el papel para el cual fue creado, para resguardar el funcionamiento de las leyes capitalistas (donde el pez más grande siempre gana).
Página 12, 16-08-2015 – “Nuevos principios” - Aldo Ferrer - “La industria argentina es una de las más extranjerizadas del mundo. Las filiales generan más del 80 por ciento del valor agregado de las mayores empresas. El déficit de sus operaciones externas, es parte principal del Déficit en el comercio internacional de Manufacturas de Origen Industrial (DMOI). A esto se agrega la transferencia de utilidades a las matrices y la distribución de rentas a través de los “precios sombra”, en el comercio intrafirma.”
¿A qué se refiere Aldo Ferrer con “una economía extranjerizada” y qué significan los “precios sombra” y el “comercio intrafirma”? Vamos a poner, como ejemplo, la empresa Chevrolet Argentina:
Para ilustrar el análisis de Aldo Ferrer supongamos que Chevrolet Argentina le compra a Chevrolet Brasil autopartes para terminar el ensamblado final de un modelo de auto X.
Problema 1: Para fabricar ese modelo de auto el país debe realizar una compra internacional, lo que se conoce como comercio exterior, que generalmente se realiza en dólares.
Problema 2: Aquella parte que se compra al exterior tiene un mayor valor agregado que las partes que se producen a nivel nacional (las cuáles sólo son carrocerías y el ensamblado final). De esta manera, del valor comercial del auto, un gran porcentaje se utiliza para pagar la importación de las partes que contiene.
Problema 3: Como la compra se realiza entre filiales de la misma empresa (a esto se llama “comercio intrafirma”) utilizan este mecanismo de comercio exterior para fugar capitales de forma encubierta en precios “inflados” o sobrefacturados. Digamos Chevrolet le paga a Chevrolet U$S1000 una pieza que en realidad vale U$S500, y de esa manera giran utilidades sin declararlas ante el fisco y evadiendo impuestos. Obvio que como es la misma empresa este mecanismo no afecta el valor final de producción. A esto se refiere Ferrer con el término “precios sombra.”
Pero este problema es en esencia lo que no se pudo detener durante la “década ganada”. La extranjerización y concentración económica, que refiere esta última a que cada vez son menos actores y más grandes quienes dominan las actividades productivas, comerciales y financieras.
En los últimos años del gobierno de Cristina Fernández de Kirchner, el país vivió una de las mayores contradicciones en términos sociales y económicos: las empresas que más empleo generaban (automotrices) eran, al mismo tiempo, las empresas que más déficit comercial producían por el fenómeno que mencionamos anteriormente.
Estas son las consecuencias de una economía extranjerizada, producto de un proceso de concentración económica que no puede explicarse únicamente en términos locales, sino en su conexión con los procesos internacionales que fue sufriendo la economía cada vez más globalizada y con vertiginosa tecnologización.
En términos de Eduardo Halliburton: “(…) no obstante algunas importantes medidas tomadas durante los gobiernos Kirchneristas en relación a las corporaciones, es importante ver que la realidad indica que después de muchos años de políticas macroeconómicas expansivas, con alto crecimiento del PBI, recuperación de la actividad industrial, creación de empleo, inclusión social, disminución de la pobreza y la indigencia, no se adoptaron, en relación a las corporaciones económicas, el conjunto de políticas necesarias para revertir en profundidad y de manera integral los procesos de concentración y extranjerización se han incrementado significativamente en los últimos años. Si se toma la facturación sólo de las 200 empresas más grandes (nacionales y extranjeras, incluyendo todos los sectores de la actividad económica) en 1999 representaba el 16,4% del Producto Bruto Interno (PBI) mientras que en 2003 trepaba al 22,8% y en 2010 saltaba al 27,1%, lo que arroja un aumento del 75 por ciento en el grado de concentración.” -“Radiografía de las Corporaciones Económicas” - Instituto de Estudios Rodolfo Puiggros, 2015 – Editado por Movimiento Evita.
Es decir que, retomando lo que veníamos describiendo, mientras los precios de los Commodities (principalmente la soja, el petróleo, y otros granos) se mantuvieron en alza, se pudo sostener el déficit, mantener la presencia del Estado para los sectores más desprotegidos, y desendeudar al país. Pero luego de la crisis financiera de 2008 y más adelante con la caída de los precios de Commodities, las políticas económicas se volvieron puramente defensivas, anti cíclicas, con un gran esfuerzo por sostener puestos de trabajo, mercado interno y poder adquisitivo salarial.
Por lo bajo y a pesar de la victoria de muchas medidas populares reclamadas durante años, en el país seguía creciendo el dominio del capital extranjero rama por rama, y, con el apoyo mediático, y ante un campo popular fragmentado y la ya mencionada ausencia de una estructura política que no sea meramente electoral, la Alianza PRO llega al poder. Los sectores económicos que siguieron bajo la superficie su proceso de concentración y su reordenamiento en el plano político, se recuperaron del golpe sufrido al quebrar su proyecto en 2001, y pudieron desarrollar una estrategia electoral que permitió que, por primera vez en la historia, un partido de derecha llegara al gobierno por el voto popular. La profética chicana de Cristina de “formen un partido y ganen las elecciones” se volvió realidad. Pero esto tiene, como todo, su base material. Los representantes de empresas extranjeras y de capitales financieros se colocaron en el centro de la escena. Esta situación terminó de poner en consonancia la base económica nacional (extranjerizada) y su expresión política, de ahí que este gobierno fue denominado, y con acierto, una “CEOCRACIA”. Los gerentes y directivos de estas empresas ocuparon los cargos directamente, garantizando el saqueo. Pero esta Ceocracia se da en el marco de la democracia representativa, aquella que nuestro pueblo había puesto en juicio allá por el 2001.
Y si bien no hay una actividad masiva como el de hace dos décadas, y parecía que la recomposición institucional y social que fue posible durante la década de gobiernos Kirchneristas podía mantenerse en el tiempo y sin tocar cuestiones estructurales, durante estos años fueron brotando cientos de asambleas por todo el país, sobre todo por problemáticas concretas y territoriales, pero que confluyen en aspectos esenciales que siguen siendo los mismos que empujaron a millones a llenar esos espacios de participación. Sumado a eso, durante el gobierno lacayo de Macri, se despertaron algunas peleas que tomaron carácter masivo, donde participaron estructuras del movimiento obrero organizado y no organizado, y que fueron dando forma a la actual coalición de gobierno del Frente de Todos. Desde ya, que aún son estructuras que buscan salidas con proyectos anacrónicos como “producción y trabajo”, y que buscan alianzas con sectores que ya no tienen nada para entregar a nuestro pueblo (si es que alguna vez lo tuvieron) como las burguesías locales. Esta característica profundiza las tensiones, e inevitablemente empuja a algunos sectores a buscar un camino de real liberación, real soberanía, o por lo menos, donde se pongan sobre la mesa hacia donde se pretende ir, cual es el proyecto de país y que intereses son los que se pretende defender. Esto se manifiesta claramente en las divergentes posiciones respecto a la deuda externa contraída por Macri con el Fondo Monetario Internacional, dentro de las organizaciones del peronismo, como también en los barrios, en los lugares de trabajo, etc. donde el recuerdo sobre las políticas del FMI están aún presentes y fueron el presagio del estallido hace dos décadas atrás.
Momento actual
La concentración del capital (con la desigualdad que lleva aparejada), y la crisis ambiental, económica y sanitaria es tan aguda en todo el globo, que vivimos una etapa donde las expresiones de rechazo y búsqueda masivas serán cada vez más numerosas. Por un lado, la esencia de la competencia capitalista lleva (más allá de su voluntad) a cientos y miles de capitalistas a anteponer su necesidad de ganancia a cualquier cuestión moral o ética que se presente. Esto abarca al mundo financiero, productivo y comercial y del crimen organizado. Robos, estafas, sobreprecios, delitos, etc. Como además, el Capital está altamente concentrado, los que disputan son pesos pesados, monopolios y fondos de inversión que meten sus tentáculos por todos lados, y que defienden intereses enormes. Pero no es solo esto. La enorme sobreproducción (capacidad productiva que desborda la capacidad de venta en los mercados) fruto de la cuarta revolución tecnológica, hace inviable que el sistema económico-social se siga rigiendo por el valor económico de las cosas. Esta lógica funciona sólo en situaciones de escases, pero en una situación de abundancia como la actual provoca crisis que tienen que ver con las estructuras y la lógica del mismo sistema, y no solo cuestiones de la economía, como lo abordan los economistas habitualmente. ¿Por qué decimos esto? Millones de personas no pueden acceder a bienes y servicios, muchos de ellos de primera necesidad, no porque éstos no sean suficientes en el mercado, sino justamente porque existen en el mercado, y esto implica que hay que pagarlos, y este simple hecho hace que queden fuera del alcance de esas personas que carecen de recursos económicos. Esta crisis se genera porque sobran las cosas, y no porque faltan. O sea, sobran, pero no podemos acceder a ellas. Si, parece un sinsentido, y desde un pensamiento racional, lo es. Para la lógica del mercado y de los capitalistas, es perfectamente normal. Nos permitimos poner en cuestión hasta la última coma de una sociedad decadente como la que tenemos.
Esta crisis estructural, que llegó a su epicentro (EEUU) en 2008, se mantiene en forma sostenida desde entonces, y viene provocando posiciones enfrentadas en la geopolítica global, el surgimiento de una contra- hegemonía al modelo occidental, que si bien aún no niega el mercado existente, viene aceleradamente cambiando las posiciones, sobre todo, en el norte global, pero con influencias en todos los puntos del mundo. China, Rusia, Irán, Corea del Norte, y en nuestro continente Cuba y Venezuela, parecieran ser los portadores de un nuevo modelo de relaciones internacionales al que llaman multipolar, donde el respeto a la autodeterminación de los pueblos y el respeto mutuo pareciera estar en el centro de escena. Claramente tiene otros principios respecto a los que rigen la arena global desde la post guerra dominada por una institucionalidad mundial (ONU-OMS-FMI-BID-BCE) puesta al servicio de las corporaciones trasnacionales, donde la “libertad” es reclamada plena para los capitales y las mercaderías, para la extracción y la explotación y traslado de recursos, pero no así para los seres humanos ni los gobiernos que desean tomar decisiones con autonomía. Crisis humanitarias y acusaciones de “dictaduras” a gobiernos elegidos democráticamente dan cuenta de esta cuestión. Ese eje “occidental” es el que se derrumba, mientras surge otro nuevo. Como toda transición histórica, esta situación no es para nada en marcos pacíficos y libres de contradicciones. En cualquier momento podría comenzar una guerra nuclear, además de que la acción del humano sobre la naturaleza también nos está llevando a límites muy peligrosos para la vida en el planeta.
Resumiendo, cuales son los aspectos centrales de nuestro momento histórico:
a) El más importante es que los sectores que ostentan el poder, como ya explicamos, están en un enfrentamiento entre ellos a todas luces inevitable y agudizado. Eso genera una “ventana” para desarrollar políticamente fuerzas desde abajo en condiciones que en otros periodos eran más difíciles.
b) El hecho de que las condiciones de vida se están igualando a pasos agigantados en todo el mundo, las desigualdades ya no son vivencias solo de los sudamericanos, africanos o asiáticos. Los habitantes de los países “avanzados” empiezan a sufrir los mismos problemas. Inclusive, dentro de cada país se agrandan las brechas, y las “clases medias” están cada vez más empobrecidas y lejos de la posibilidad de sostener sus condiciones de vida.
c) La crisis ambiental. El modelo productivo llevo al límite al planeta y está poniendo en riesgo la posibilidad de la existencia presente y futura. La vida humana y no humana necesita frenar la magnitud y velocidad de la explotación, cosa imposible dentro de la lógica actual.
d) La revolución tecnológica y el desarrollo de conocimiento y ciencia es tan vertiginoso que las sociedades deberán replantearse en el corto plazo todas las relaciones de producción (relaciones que establecemos los humanos según el rol que ocupamos en la sociedad) y los hábitos de trabajo y consumo, ya que millones de puestos de trabajo desaparecen, y el avance no se detiene. Ideas como “la dignidad del trabajo” en una sociedad de personas desempleadas porque fueron sustituidas por tecnología, y que ya no “son necesarias” en el engranaje de la producción social, hace pensar que inevitablemente habrá que cambiar viejos paradigmas y hacer una transición a otros nuevos.
e) La posibilidad de una guerra de escala. En momentos donde las tensiones económicas globales no encuentran solución por las vías diplomáticas, y donde se presenta una disputa por ver quien encabeza el mundo, que modelo se impone, es siempre probable que dichas diferencias tiendan a resolverse por la fuerza. Hoy se vive una carrera de desarrollo armamentístico que pone en riesgo el equilibrio pacifico, al margen de que en una cantidad de pueblos ya se vive en guerras. La posibilidad de la escalada mundial esta y sería muy difícil que quede algo de humanidad si eso sucede. Este límite es el verdadero freno para que no suceda. Justamente que no quedaría poco y nada en pie.
Todo lo antedicho se refleja en la subjetividad de grandes porciones de habitantes del mundo. A la par que la institucionalidad se pone en juicio, como decíamos al comenzar, cientos de organizaciones llenas de jóvenes que luchan frente al el cambio climático, movimientos feministas, movimientos anti-raciales, etc. brotan permanentemente a lo largo y ancho del planeta, y sobre todo, en países del denominado “primer mundo”, donde más se apoyaron las elites globales para sostener todo el sistema capitalista de dominación desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Allí donde parecía que el capitalismo podía dar respuestas a las necesidades sociales, y que era una cuestión de tiempo para que esto se vuelva universal, allí justamente es donde la concentración de la riqueza, la desigualdad económica, la explotación laboral, la depresión, la contaminación, la violencia de género, el racismo, la violencia institucional y tantos otros fenómenos, se vuelven a poner en la agenda de las preocupaciones de millones de habitantes. Y ese es el momento que vivimos, agravado por la aparición del virus de COVID-19, fruto también de las condiciones de producción de este sistema, y que desnudo la impotencia de la institucionalidad del propio sistema para dar respuestas.
En el plano subjetivo nos chocamos con un gran problema: le entregamos a dichos sectores, a quienes solo los mueve la avidez por la ganancia, la iniciativa, dejando el lugar vacío para que ellos lleven a las masas las explicaciones sobre los problemas de la vida social y económica. En estas condiciones es muy difícil enfrentar un proceso de cambios profundos y necesarios, más allá de la voluntad de los actores políticos que lo encabecen.
Tomemos el caso de Argentina (aunque podría ser el caso de cualquier proceso “progresista de la década pasada en Sudamérica). Debemos retomar la idea de que fue un error incorporar a masas populares al consumo, y solo al consumo. La cuestión ideológica es tan, o más importante que la reproducción material y el acceso a comprar cosas. El campo de las ideas, es un campo en disputa permanente, en el que los poderes económicos trabajan los 365 días del año, y son trincheras que al campo popular le cuesta muchísimo ir ganando. Por esto debemos decir, y nos ponemos primeros en la crítica, que gobiernos como el de Macri se apoya principalmente en las insuficiencias de las organizaciones del campo popular, sobre todo de aquellas comprometidas realmente con un proyecto que resuelva los problemas de nuestros pueblos; ahí donde ellos logran construir un sentido común que solo es posible sobre la base de mentiras y falsedades, allí aparece la ausencia total de explicaciones, fundamentaciones y discusiones de nuestro lado. El cinismo y el robo abierto pertrechado por los monopolios y financistas, por los bancos y fondos de inversión, por los dueños de la producción, por los representantes de estos intereses dentro del Estado y las instituciones, se sustentan en un vacío enorme de nuestro lado a la hora de contraponer los hechos reales, denunciar, explicar, debatir, y trabajar sin descanso para elevar la conciencia sobre las causas reales de los problemas sociales, económicos y ambientales que estamos atravesando.
Por otro lado, si bien este proceso de participación masiva en espacios asamblearios, como se vivieron en 2001, pareciera terminado -y a despecho de lo que desearían muchos representantes políticos, sindicales e institucionales- hay miles de asambleas activas a lo largo y ancho del país enfocadas en luchas sobre todo locales, ya sea enfrentando proyectos mineros, el uso de agroquímicos, despidos, problemas educativos, violencia institucional, incendios intencionados, etc. etc. Y esta situación traspasas los límites nacionales. Expresiones de este tipo se pueden ver en muchos países, por citar solo algunos Francia, Chile, México, Colombia.
Uno de los desafíos para el movimiento espontaneo es subir un escalón, lograr dimensionar lo que hay de general en lo particular, que los asambleístas y activistas logren vincular el problema contra el cual pelean como expresión de una lógica global que es causa de dicha expresión. Llegar a las causas más profundas permitirá construir una estrategia que contenga a todas esas luchas aisladas pero que enfrentan solo síntomas, y no a la enfermedad. Digamos que hay miles de “personas” peleando contra los efectos del sistema, y no contra las causas del sistema.
Por ello, los hechos de 19 y 20 de Diciembre, pero sobre todo la forma que tomo el movimiento espontáneo en Argentina, tiene una significación histórica enorme. Esta forma de organización para luchar y buscar soluciones colectivas a los problemas sociales, y que reaparecieron en Argentina casi un siglo después de aquellos soviets, y tras un siglo de desarrollo del sistema capitalista y sus contradicciones en todo el mundo, tiempo en que no solo se agudizaron todos los males sociales sino que también llegaron a cada rincón del planeta, estos espacios autoconvocados demuestran que siguen siendo una forma valida y vigente que tenemos los pueblos para enfrentar a los sectores que ostentan el poder y que nos tienen atrapados en una lógica, como dijimos, irracional.
En palabras de J. D. Perón en La hora de los Pueblos (1968): “la democracia de nuestro tiempo no puede ser estática, desarrollada en grupos cerrados de dominadores por herencia o por fortuna, sino dinámica y en expansión para dar cabida y sentido a las crecientes multitudes que van igualando sus condiciones y posibilidades a las de los grupos privilegiados. Esas masas ascendentes reclaman una democracia directa y expeditiva que las viejas formas ya no pueden ofrecerles. (…) la democracia que anhelan los pueblos está muy distante de ser la que pretenden imponerle desde los centros demoliberales de las oligarquías manejadas desde el “State [Department]” o desde el “Pentágono”.”
A la par, como dijimos previamente, es necesario construir una herramienta orgánica al movimiento masivo, partido u organización, capaz de aportar al desarrollo político e ideológico de grandes porciones de la población, dispuesto a realizar grandes esfuerzos y a tener estrecho vínculo con el movimiento, que transite permanentemente el camino de la espontaneidad hacia la conciencia conjuntamente. Es evidente que los cambios profundos no vendrán “desde arriba”, la historia así lo demuestra, como también es claro que el movimiento espontaneo por sí solo no logra trascender ciertos límites sin tener un aporte ideológico que acompañe todo el proceso de luchas y conformación como identidad nueva. La empresa de cambiar, sustituir una institucionalidad caduca por otra de nuevo tipo no es empresa fácil, ni se logra de un día para el otro.
Pero es evidente también que sin la participación activa de los miembros de la sociedad, los intereses de las mayorías no logran imponerse, es decir, hay una relación directa entre participación y derechos, entre deberes y derechos. Esto requiere sacarnos de encima la idea de que “otro lo resuelva por mí”, o el famoso “que lo hagan los políticos, para eso les pagamos”. No hay salida sin meter las manos y la cabeza en la solución.
La época de los pueblos que no deliberan ni gobiernan está llegando a su fin, y una nueva institucionalidad, que ponga fin a la degradación que vivimos y que nos dé una perspectiva de futuro para las próximas generaciones, solo será posible en el marco de hacernos cargo, cada uno de nosotros y nosotras, de la sociedad que queremos y merecemos.
